Se dice que vivimos en un mundo globalizado, en donde cada acción de uno afecta ala de otro, con esto he podido ver solo un ejemplo, el famoso concurso "PRINCIPEBLOG2007", del cual sólo participe entregando un voto, sin embargo, ese voto refleja un compromiso, una actitud, una responsabilidad, y hablo de lo más básico que es jugar hasta ser ciudadano de un país.
Sin el sentido de polemizar, he observado que un grupos de bloggeras se juntaron y armaron este concurso, pusieron reglas, tiempo de votación, eliminaron a blog que según ellas eran falsos, me pregunto a que se le llama falso, no colocar fotos verdaderas, estar recien hecho, por lo que he visto en la blogosfera ni el 20% de lo blog incorpora su nombre y rostro verdadero....extraño no?, bueno, además se hicieron otras acciones para darle más jugo al juego, los participantes acataron esto , entusiastamente, incluso acaloradamente, ya que hubo desencuentros, propio de los concursos, se hizo una premiación, allí según me relataron varios amigos, hubo otra pruebas, reventar globos entre un hombre y una mujer, en diferentes posiciones, que todos cumplieron esas pruebas, bailar sensualmente como en una despedida de soltera, los candidatos tuvieron que traspasar un dulce de boca en boca con las damas presentes, que todos cumplieron, y finalmente los presentes del evento volvieron a votar por sus candidatos (votación que nunca se supo su resultado), sin embargo, el término del evento premiaron a quienes las organizadoras les tincó como los mejores participantes, desconociendo casi 2 meses de concurso.
Estos son los hechos, su respuesta a esto es "esto solo es un juego y nada más", bueno mi reflexión apunta a eso:
Hay muchos tipos de juegos y cada uno tiene sus propias reglas. Y, como lo puso en evidencia Johan Huizinga, los juegos varían enormemente entre una cultura y otra, de una zona geográfica a otra. Como es comprensible, para que los juegos ocurran es necesario que los participantes respeten las reglas y no las cuestionen. Esta es la regla madre: las reglas mismas no se pueden poner en cuestión.
Espíritus agudos han utilizado los juegos y sus reglas como una potente metáfora para entender el funcionamiento de las sociedades humanas y las interacciones entre las personas. Por ejemplo, un grupo de terapeutas aplica la metáfora y sostiene que se puede inferir el sentido de la conducta o la acción de las personas a partir de las reglas de las interacciones que mantienen entre sí. Una consecuencia de esta manera de ver las cosas es que no se necesita conocer la “personalidad” o el “carácter” de las personas para comprender por qué actúan como lo hacen. Si uno conoce las reglas del juego de la interacción puede deducir los móviles o las jugadas, del mismo modo como se puede inferir la acción del jugador de ajedrez a partir de la jugada anterior desarrollada por su contrincante. Y para eso no se necesitaría saber “quiénes” son los jugadores. Lo que importa es el juego que están jugando y las reglas que lo gobiernan.
Por supuesto, la metáfora puede aplicarse mucho más allá. La sociedad en su conjunto puede ser entendida como un juego regulado por reglas y se puede echar a circular la especie de que las reglas no pueden tocarse, que son inamovibles y que proceden de designios que los jugadores no pueden o no deben intentar desentrañar.
Puede afirmarse, por ejemplo, que la divinidad, los dioses o las entidades éstas o aquéllas, establecieron las reglas en un remoto génesis y que, por tanto, sería un sacrilegio dudar de ellas. Este modo de observar las reglas puede ser identificado como conformismo absoluto y que ha sido por siglos -y sigue siéndolo en muchos sentidos- la garantía de conservación del orden establecido, particularmente allí donde el poder divino y el poder temporal forman una sola trenza. Sin duda, la expresión más acabada de reglas casi divinas -y también la que es moralmente más problemática- es la obediencia a la autoridad y el respeto de la jerarquía en las instituciones como las Fuerzas Armadas, las iglesias y las organizaciones político-terroristas.
Son tan categóricas, definitivas y aplastantes que quienes las cuestionan por un motivo u otro tienen un rango muy estrecho de opciones, que van entre el sacrificio suicida, el fusilamiento sumario o el más cruel de los exilios. En estas organizaciones, la regla de oro es clara: las órdenes se obedecen.
Siguiendo esta línea de consideraciones, una dictadura política puede ser definida como la expresión de un jugador que suspende las reglas habituales del juego, decreta otras nuevas y luego las impone a los demás, quienes están obligados a obedecerlas so pena de castigo.(ejemplo, el concurso es nuestro y nosotras sabemos quienes ganan, Mujeres de 30 ).
La democracia podría ser considerada, eventualmente, como el juego en el que todos los participantes tienen responsabilidad en la fijación de las reglas y las respetan todo el tiempo que les resulten eficientes.
Como puede verse, los juegos y sus reglas dan para mucho. No en vano se habla de los juegos de poder o de las reglas del mercado. Por cierto, la metáfora da para mucho más. Porque están los jugadores que hacen trampa, los que se retiran del juego, aquellos a los que les carga perder y -estos son los más peligrosos- aquellos que gustan jugar juegos sin que sus contrincantes conozcan la totalidad de las reglas. Esta es la más inquietante de las modalidades de juego porque puede ocurrir -y de hecho ocurre- que los afectados ni siquiera se enteren del juego en el que los tienen metidos. En política, derecho, economía y amores, la regla de oro es lograr que los otros no se enteren de qué reglas se trata; tal vez porque la regla de oro no es el respeto de reglas conocidas sino aquello de que comenzado el juego todo está permitido.
Pareciera, entonces, que los mejores juegos son los que pueden contar con árbitros -también llamados jueces-, conclusión de todos modos relativa porque no es poco frecuente que los árbitros le hagan el juego a uno de los equipos. Y no sólo en materia de deportes. o blogger ahora.